Lunes 5:23 a.m. empieza a temblar la cama, sobresaltada pregunto ¿qué está pasando? y Chris, con una parsimonia increíble, responde: «Terremoto» y de repente nos quedamos inmóviles, sintiendo como un segundo parecía una hora y un minuto una eternidad, sin poder pensar más que en cuándo iba a parar de moverse el mundo.
De repente todo se para y te das cuenta de que no ha pasado nada, nada ha cambiado ¡menos mal! pero te sientes vulnerable y pequeño.
Y de repente te viene a la mente la sensación de que eso ya lo has sentido antes, en nuestro caso apenas dos meses antes, cuando sentados en la consulta del neurólogo te dicen que tu hijo tiene un enfermedad degenerativa, que por el momento no tiene cura.
El tiempo se detiene, no puedes dejar de pensar en qué momento te vas a despertar y te sientes pequeño y vulnerable.
Pero sales de ahí, te recuperas de shock y ves que la vida sigue, que tu has cambiado, que tus sentimientos han cambiado, que tu actitud ante la vida es otra, pero que te levantas cada día viendo como sale el sol.
Así empezó nuestra semana, movidita por fuera y por dentro.
Una vez que se calmó el terremoto y los ánimos, seguimos como una semana más.
Pablo avanza paso a paso, nunca mejor dicho; cada día se va sintiendo más seguro y más estable, lo que hace que ya no quiera estar sentado. Él quiere andar, tiene muchas ganas de moverse, de subir y bajar….ya sólo falta un pequeño empujoncito que haga que se suelte y empiece a caminar solo.
Este fin de semana hemos salido a aprovechar el sol y a pasear con unos amigos, lo que a Pablo le ha sentado muy bien. Teníais que haberle visto montar en patín, una pasada ¡qué estabilidad! Ha sido increíble.



Teníais que habernos visto a nosotros también, claro, como si nos hubiera tocado la lotería. Todo el paseo marítimo mirándonos…no sabemos muy bien si por nuestra alegría o por Pablo, que llama la atención por donde quiera que va 🙂
Y es que, cada avance, cada pasito es un mundo. Todo eso que para los demás es normal para nosotros es una vida, un motivo para celebrar y por eso hay que luchar.
La pena es que no nos demos cuenta de la importancia de las pequeñas cosas hasta que no nos pasan estas cosas, porque realmente seríamos mucho más felices.
Nosotros tenemos que decir que aunque tenemos muchos días duros y muchas veces nos gustaría cambiar muchas cosas, valoramos mucho más la vida que antes. Hemos aprendido que nada ni nadie merece que perdamos un solo momento en preocuparnos de más y, a nuestra manera, somos felices.
Pablo se merece que seamos felices y nosotros necesitamos vivir cada momento y verle sonreír cada mañana.
Totalmente de acuerdo con tu post. Me siento muy identificada. Max tenía 8 meses cuando nos confirmaron el diagnóstico, ahora tiene 3 añitos y disfrutamos de la vida como nunca. Si necesitáis algo, aquí estamos para lo que necesitéis.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias!! Es de mucha ayuda saber que no caminamos solos 🙂 Aquí nos tenéis también. Un abrazo fuerte!!
Me gustaMe gusta